"No te puedo atender en el hospital, porque no hay anestesiólogo. Tendrás que irte a San Juan". Eso me dijo mi obstetra en la última cita, cuando ya tenÃa tres dilataciones y la llegada de mi hijo era inminente.
En ese momento él no me lo dijo, pero la posición de mi hijo era con la carita hacia adelante, cuando idealmente debÃa estar viendo hacia atrás.
Solo recuerdo la sensación paralizante del miedo. No tenÃa nada de dinero, estaba desempleada, embarazada con 38 semanas y era septiembre de 2020. Debido a la pandemia, todas las carreteras estaban cerradas y Venezuela tenÃa una grave escasez de gasolina.
No habÃa transporte público y para moverte necesitabas un salvoconducto. Yo estaba en Altagracia de Orituco. ¿Cómo iba a llegar a la capital del estado, que está a tres horas de distancia?
Una ambulancia impagable
Yo querÃa un parto vaginal, pero mi médico dijo que, al ser primeriza, necesitaba que un anestesiólogo estuviera disponible si se presentaba algún problema.
Pero en el hospital del pueblo no habÃa anestesiólogo.La única disponible estaba en otra población y no se sabÃa cuándo regresaba. Como resultado, en la emergencia habÃa una fila de embarazadas que necesitaban una cesárea por diferentes razones y que no encontraban cómo trasladarse a otros hospitales para recibir la atención que necesitaban.
La única ambulancia disponible cobraba 100$ por el traslado hasta San Juan. Una cantidad enorme de dinero en nuestro paÃs empobrecido. Las embarazadas estaban haciendo una colecta para ver si podÃan pagarlo entre todas.
Te quedas bajo tu propio riesgo
Cuando llegué al hospital a la mañana siguiente tenÃa apenas 5 dilataciones, pero le dije claramente a mi médico que no tenÃa opción. Ni queriendo podrÃa irme a dar a luz a otro lado. ¿Con qué dinero?
Él salió del cubÃculo y dijo bien alto: "No tenemos anestesiólogo y no podemos asumir el riesgo de recibirlas y que se nos muera una mamá o un bebé. La que se quede aquà se queda bajo su propio riesgo".
Yo, que no sabÃa a lo que me enfrentaba porque no habÃa parido nunca, le dije que sÃ, que yo me quedaba en esas condiciones. Y él me dijo que tenÃa que hacer lo que me dijera, porque no habÃa plan B.
No grites
Me fui a mi casa y me devolvà al hospital a las 6 de la tarde con las dilataciones completas. Hasta ese punto, sentà que el dolor era manejable. Las contracciones iban y venÃan con mayor intensidad y frecuencia.
Me pusieron en una sala donde habÃa seis camas, pero yo era la única paciente. Al menos 6 personas, entre enfermeras y médicos de guardia, entraban y salÃan de la sala donde yo estaba con las piernas abiertas de par en par.
Ya mi familia me habÃa advertido que asà serÃa. Y me repitieron que tenÃa que aguantar, que no debÃa gritar, por más fuerte que fuera el dolor.
La médica general y las enfermeras me decÃan que tenÃa que pujar para que el bebé bajara por el canal, pero yo no sabÃa cómo hacerlo, porque hay diferentes formas de pujar. Al cabo de un tiempo, la médica rompió mi bolsa con una pinza. Sentà el lÃquido cayendo.
Mi obstetra iba y venÃa, y pidió que me pusieran oxitocina. Yo no sabÃa cuánto tiempo habÃa pasado, solo sabÃa que eran horas, que sentÃa demasiado dolor, que el bebé no bajaba y que ya no sabÃa qué hacer. Estaba exhausta de tanto pujar sin éxito.
No dejaban a ningún familiar entrar a acompañarme, pero no por la pandemia. En muchoshospitales venezolanos la polÃtica es que pares sola, acostada, y tú no decides nada de lo que te hacen. Nunca me habÃa sentido tan sola en mi vida.
No hay opción
Yo no querÃa estar acostada, pero tampoco me dejaban incorporarme ni cambiar de posición. En algún punto comencé a llorar, porque sabÃa que habÃa pasado mucho tiempo y mi bebé no podÃa salir.
Me pregunté si mi bebé morirÃa, si morirÃa yo también. La única persona que podÃa sacar al bebé era yo y de verdad sentÃa que no podÃa. ¿Qué iba a pasar? En eso estaba cuando mi obstetra llegó y dijo que era hora de pasarme a la sala de parto.
Yo no tenÃa fuerzas. Se supone que las contracciones vienen con un impulso que te hace expulsar al bebé. Es algo natural. Pero yo solo sentÃa dolor, no sentÃa ganas de pujar para nada.
La ayuda
Mi médico se puso a mi lado y me dijo que me iba a ayudar. Me dijo que le avisara cuando viniera la contracción, que pujara y él me hacÃa presión para sacar el bebé hacia abajo.
Asà lo hicimos. SentÃa que me estaban exprimiendo como una pasta dental cuando ya no le queda nada.
Como no sentÃa ganas de pujar, simplemente lo hacÃa con las pocas fuerzas que me quedaban y le decÃa que ya cuando necesitaba tomar aire. Entonces mi obstetra ponÃa sus brazo bajo mi pecho y empujaba con toda su fuerza hacia abajo.
DÃas después, cuando me vi al espejo por primera vez, todavÃa tenÃa manchas rojas en los ojos, por la presión tan grande que soporté en ese momento.
La médica que asistÃa dijo que tenÃa suficiente espacio para que saliera el niño, pero aún asà tomó una tijera y me hizo una episiotomÃa que yo le habÃa dicho especÃficamente que no querÃa.
No respiraba
Un par de contracciones después, salió mi hijo. Eran las 11 de la noche. Todos gritaron de alegrÃa. Me lo pusieron encima, pero no respiraba. Lo toqué por primera vez y le dije te amo, aunque en realidad en ese momento no sentÃa absolutamente nada.
Solo querÃa salir de allÃ. La enfermera se lo llevó y en unos instantes escuché su llanto débil, como de gatito asmático, y me avisaron que se lo llevarÃan a una incubadora y me lo regresarÃan en dos horas.
Yo miraba al techo, y todavÃa tuve que aguantar que la médica me metiera la mano para limpiarme y luego me tomara la sutura sin ningún tipo de anestesia.
La enfermera que la asistÃa tomó 7na jarra y virtió agua frÃa en la herida, esa fue toda la anestesia que recibÃ.
Ni siquiera una poceta
En el hospital no habÃa agua. Me llevaron a una habitación con otras tres camas. En un rincón se amontonaban unos enseres viejos. Las ventanas estaban rotas.
El único baño estaba al final del pasillo. Estaba oscuro, porque no tenÃa bombillo. No tenÃa poceta, sino un hueco en el piso. Entonces, para orinar solo te parabas sobre ese hueco y lo hacÃas. Y luego te echabas agua para limpiarte.
Pedà el favor personal de que me dieran de alta antes de las 24 horas, y me fui a la casa de mi mamá con mi bebé. Estaba completamente adormecida, sin expresión.
Se fueron los puntos
Yo soñaba con un parto diferente, con el momento increÃble en que viera a mi hijo por primera vez, pues lo habÃa esperado con mucha ilusión. En cambio, habÃa tenido la peor experiencia de mi vida y ahora estaba en este limbo emocional.
Para colmo, no habÃa una de las vacunas que necesitaba mi hijo. Tuve que regresar al hospital a los pocos dÃas a ponérsela. Fui a pie porque no tenÃa dinero para el taxi y el transporte público no funcionaba.
Tampoco podÃa enviarlo con alguien más porque estaba en lactancia materna exclusiva y a libre demanda, lo que significa que podÃa pedir leche en cualquier momento y la cola para la vacuna podÃa durar varias horas.
La caminata de más o menos un kilómetro hizo que se me fueran los puntos de la episiotomÃa y tuve que ir nuevamente a que me suturaran, asà que mi recuperación tardó mucho más de lo esperado.
Dos años después, recuerdo esa experiencia y deseo que no le pase a nadie más. Desafortunadamente, a excepción de que ahora hay más combustible y se puede viajar sin restricciones, la situación para quienes paren en hospitales públicos en Venezuela al dÃa de hoy no ha cambiado.
Los médicos siguen haciendo milagros sin insumos, sin equipos, sin personal. A pesar de todo, siempre agradeceré al equipo que, con las limitaciones, logró que mi bebé naciera esa noche.
Espero que pronto llegue el dÃa en que los médicos no tengan que hacer estas elecciones difÃciles por sus pacientes; que se respete a las personas que dan a luz y poder tener un parto humanizado; que las madres puedan disfrutar de ese momento de conocer a sus hijos sin la sombra del trauma.