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Abortar en medio de una emergencia humanitaria compleja: la historia de Mariana en Venezuela


Para el momento en que Mariana se enteró de que tenía menos de un mes de embarazo, casi toda Venezuela estaba a oscuras. Era marzo de 2019 y la mayoría de los 23 estados quedaron sin electricidad por una falla. En algunas zonas duraron cinco días sin luz. En otras, siete.


No había transporte público, no había forma de bombear el agua a las zonas urbanas, no había Internet para hacer transacciones. Muchos hospitales estaban sin energía y los pacientes en terapia intensiva se quedaron sin soporte vital. En medio de ese caos, Mariana se hizo una prueba de embarazo y de inmediato supo que no quería tenerlo. No sólo por sus circunstancias personales, sino por lo que ocurría en el país.

"Estaba sin trabajo. Mi pareja estaba en otra ciudad y no sabía en qué iba a terminar la relación. No quería asumir esa responsabilidad en ese momento, no me sentía preparada", explica. "En esa época no había pastillas anticonceptivas, no había pañales, no había leche y no había luz en todo el país. Pensaba en ese bebé, ¿le voy a traer a vivir esto? Y después pensaba en mí. Yo no estaba obligada a tenerlo".

Lo conversó con su pareja, y decidieron comenzar a buscar opciones para poder abortar en Venezuela. Mariana se convirtió en una de las 2.200 mujeres que en 2019 tuvieron un aborto en el país, no sin antes pasar por situaciones traumáticas que hubieran podido evitarse si esa práctica fuera legal.


La odisea de abortar en Venezuela


El Estado venezolano penaliza el aborto en todas sus variantes, excepto cuando la vida de la persona embarazada está en peligro. El Código Penal, en sus artículos del 432 al 435, establece penas de cárcel de seis meses a dos años a la mujer que intencionalmente cause un aborto y de un año a dos años y medio para quien la ayude a hacerlo.


Sabiendo que no podría acceder a un aborto seguro en un centro de salud, Mariana buscó en redes sociales a los vendedores de medicinas en el mercado negro para conseguir misoprostol. Para esa fecha, Venezuela tenía un déficit de 85% en medicamentos, lo que alimentaba un mercado paralelo dónde se vendía todo a precios exorbitantes. Algunas veces los compradores recibían placebos; otras veces, píldoras vencidas; con suerte, lo que buscaban.

"Aquí tenía un contacto, pero ella no tenía las pastillas. Me vendieron unas que no funcionaron, quizás estaban vencidas", cuenta Mariana. "En mi casa nadie sabía. Crecí en una familia en la que esto está mal. No me iban a a apoyar si sabían que iba a hacerme un aborto… Tengo una prima que tuvo un aborto una vez, pero no pude preguntarle para que me ayudara porque ella no habla de eso. Es un tabú".

Mariana afirma que en ese momento tenía 29 años. No se trataba de una adolescente embarazada, pero eso no hacía menos válida su decisión de no tenerlo.


Entonces coordinó con su pareja para viajar a Caracas y comprar otras pastillas allá. Así lo hizo pero, a pesar de seguir las instrucciones, esas pastillas tampoco funcionaron. “Fue el cuento de terror de cualquier persona que se hace un aborto clandestino”, expresa.


Trato deshumanizado


Finalmente, dieron con una doctora que practicaba abortos en un consultorio cuya fachada era una clínica de otro servicio. "Ella era profesional, pero muy fría. Me regañó como nunca nadie en mi vida, me dijo que lo hicimos todo mal. Me mandó otras pastillas, malta con canela, unas hierbas, pero tampoco funcionaron", recuerda Mariana. "En ese momento me pregunté, ¿será que tengo que tener este bebé? No entiendo qué pasa. Pero después de todo lo que me he metido no va a funcionar".


Decidió entonces que la misma doctora le hiciera el aborto haciendo uso de sus instrumentos. Tenía la opción de hacerlo con anestesia en una clínica, pero entonces su pareja no iba a poder estar con ella en el quirófano. Ella no quería que la anestesiaran completamente y además esperaba que su pareja pudiera acompañarla, así que lo hicieron en el consultorio. "Descubrí que tengo una gran tolerancia al dolor", señala. "Fue rápido, pero ultramegadoloroso".


De ese momento recuerda que todo estaba muy limpio y recibió antibióticos para prevenir una infección. "Mi mayor miedo era morir desangrada o quedar mal, pero al tiempo fui a mi ginecóloga de confianza y todo estaba en orden. Me hubiese gustado tener ayuda aquí donde vivo, que mi ginecóloga de siempre me hubiera atendido, pero no me atreví a pedírselo porque ella tenía una estatua de la Virgen María en el escritorio", recuerda.

"Gracias a dios lo estoy contando"

Asegura que, tiempo después de esta experiencia, vio en redes sociales que existía Aya Contigo, la aplicación que brinda acompañamiento virtual e información sobre el aborto a las venezolanas, y le pareció que era una iniciativa maravillosa. Encontrarse con Aya también la impulsó a contar su historia para sensibilizar a quienes están en contra del aborto o son indiferentes sobre lo que pasan las mujeres en Venezuela, dónde está práctica es ilegal.


"Antes yo decía: 'ese no es mi problema, no me meto'. No me importaba", afirma. Pero su experiencia la hizo cambiar totalmente su posición.


Ahora piensa que el aborto es un derecho y que la situación que ella vivió le puede pasar a cualquiera. "La gente opina sin saber… Cuando yo me hice mi aborto había una pareja con dos niños en el consultorio y estaban esperando su turno. Estaban casados y se iban del país, no les daban los números para irse con un bebé", declara.

"Quiero que la gente sepa que hacerte un aborto no te hace una mala persona”, explica. Al preguntarle si Aya Contigo hubiese existido para ese momento, cómo habría cambiado su situación, respondió: “habría sido de gran ayuda, porque hay demasiada desinformación". Actualmente Mariana sigue con su pareja, agradece haber tomado esa decisión y no descarta tener hijos en el futuro.

"Gracias a dios lo estoy contando", concluye.


Nota: este artículo es el resultado de una entrevista. El nombre fue cambiado para proteger la privacidad de la protagonista.


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